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lunes, 14 de abril de 2008

ONCE UPON A TIME...

Hace un año hice un viaje privante. Fue sólo un día pero muy intenso. Partimos pronto in the morning a Harrogate, una ciudad pequeña del condado de York que celebra concursos anuales de flores y jardines por primavera. En nuestro trayecto debíamos hacer "escala" en York y tomar un tren al más puro estilo Renfe distancia media que viaja a Teruel para llegar a nuestro destino.
Sin embargo, un amable señor trabajador de GNER, la versión de Renfe del Noreste inglés, nos recomendó parar antes en Knaresborough, un pequeño pueblo perdido que era muy bonito y que poseía un encanto que el comercial y actualmente explotado Harrogate no tenía. ¡Vaya, cambio de planes!

El caso es que nos la jugamos y como disponíamos de un billete de vuelta a Newcastle desde York a eso de las 9 de la noche no nos lo pensamos. Gracias al señor de GNER pasamos una agradable mañana, un poco fresca eso sí, en un poblado donde los únicos extranjeros éramos nosotros. Me recordaba a mí misma a esos típicos tipos curiosos que aparecen por lugares insólitos de nuestra geografía y que no sabes ni como ni porque se han dejado caer por ahí (ah pero sin sandalias y calcetines blancos, claro).

A mediodía seguimos viaje hasta Harrogate. ¡Que decepción! El catálogo que cogí en la oficina de turismo de Durham gracias al cual se me antojó viajar a Harrogate no hablaba de un sitio más comercial que turístico. Sí, era bonito, por supuesto. Sobre todo sus tiendas de chocolates donde no pude resistir comprar conguitos y otras chocolatinas. Sus jardines privantes tenían corazones en forma de tulipanes rojos pero aquel centro comercial en el medio de la ciudad con estatuas de lo más peculiar y una pasarela de cristales cambió la imagen que yo pensaba que la ciudad tenía.

Nuestra visita duró menos de lo esperado así que volvimos a York a pasar el resto de la tarde hasta que llegara la hora de volver. Era mi tercera vez en York así que hice un poco de guía, y es que esa ciudad me priva tanto que no me cansé de verla otra vez más, aunque tiene mucho más encanto lleno de luces navideñas. Después de esperar un rato en la sala aquella donde estuve con madre un buen rato la vez que vino a verme y nos retrasaron el tren, volvimos a Newcastle. El viaje fue genial pero nada como recordar en aquella sala de espera del tren el día en que madre me vino a ver y mientras esperábamos nuestro tren en aquel sitio, unas niñas inglesas de 18 años sufrieron un pequeño percance. Del enorme bolso de una de ellas cayó un objeto de auto-placer en gris marengo que mi tía no pudo evitar mirar con ojos de privación. Gracias a diós y al mundo multilingüe en que vivimos, las jóvenes no comprendieron nuestros comentarios pero las risas son lenguaje universal así que rápidamente recogieron su accesorio y lo introdujeron en el bolso junto a los móviles, monederos y pañuelos de papel.
¿Debo volver a York en mi próximo viaje a ver que pasa esta vez en esa sala?


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