Compartimos todo, desde el baño y la ducha (aún recuerdo el día que olvidé cerrar la puerta de las prisas que tenía y Tibi la abrió y la típica pregunta de Andrew de si necesitaba una mano cada vez que me duchaba). Estupideces que no se volverán a repetir. No en ese escenario ni con esas personas juntas de nuevo.
Largas conversaciones en mi habitación mientras tomabamos zumos Tropicana de naranja o comíamos Doritos. ¿Estará bien hacer esto? ¿Lo otro? Contando nuestras vidas en una noche a personas que nunca imaginamos que podríamos haber conocido y siempre ahí el inconfundible sonido de la guitarra.
Preparar un disfraz en 10 minutos, improvisar una fiesta, ir piso por piso presentándonos como los vecinos del piso 19D a completos extraños que nos miraban con caras de terror, invitar a café a una brigada de bomberos que aparece una mañana en casa para explicarnos como saltar por la ventana en caso de incendio, salir corriendo a las 4 de la mañana de casa cuando unos desconocidos activan la alarma de tu bloque o contemplar un fuego en la casa de enfrente a las 2 de la mañana tapados con mantas entre los arbustos. Todo eso y mucho más pasó y aunque en aquel momento me dejó privada, ahora lo echo de menos.
Nada como la historia de la joven americana que Andrew conoció en un taxi y que trajo a casa para invitarla a un té a las 2 de la mañana (aunque nadie lo crea, él no tenía intención de nada con ella). La idea del té se transformó en un plato de pasta y a pesar de que el pobre la intentó espabilar con un par de canciones, la joven había consumido demasiado alcohol. El pobre Andrew en un ataque de generosidad la echó en su cama y se marchó. Cuando volvió al rato a comprobar su estado descubrió que la agradable joven en un ataque de necesidad fisiológica incontrolado le había agasajado con un poquito de aguita amarilla en sus sábanas. Aún me río cuando le recuerdo preguntándome que hice yo cuando eso me pasó a mí. Y la verdad, aunque soy poco mayor que él, le dije que no había vivido tal experiencia y que no se trataba de algo muy común entre la gente normal. El pobre agachó la cabeza y pasó la noche en el suelo del cuarto de estar. De la americana no sabemos nada más. Abandonó la casa mientras todos dormíamos.
Siento el largo discurso de hoy pero creo que la ocasión lo merecía. Otro día os avanzo más.
No os perdais la guitarra en Youtube (es genial)
3 comentarios:
ayy!el erasmus, q tiempos aquellos en los que salíamos los jueves a comer y hasta el domingo ni volviamos para casa..la vejez q nos hace recordar
Cari, nostalgia percibo en tus palabras, pero riéndome estoy cual personica mayor. Estos momenticos de bajón necesarios son para el camino andar.
Que la fuerza te acompañe CHONI.
Muy divertido lo de la americana choni jeje y muchos recuerdos que siempre llevarás contigo...
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